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El enviado especial de Dios

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El enviado especial de Dios

Por Juan Villoro

Publicado en Reforma

26 de enero, 2007

 

Ryszard Kapuscinski salió de Polonia con una orden de trabajo bastante genérica: cubrir las noticias de 50 países. Durante su errancia por guerras, revoluciones y golpes de Estado conservó la cordura y renovó su oficio gracias a la capacidad de entender los sucesos como historias íntimas. En la desaforada naturaleza y los cataclismos sociales, insistió en la presencia única e irrepetible del individuo. Nada le fue más ajeno que el informante anónimo. Convencido de que todo mundo tiene derecho a ser neurótico, sólo encontró personas sofisticadas. En la maleza de Ghana habló con un hombre cuya mente estaba poblada de animales: la vida salvaje se había convertido para él en vida interior. Las gacelas y las cebras le producían un tranquilizador efecto; pero a veces imaginaba un león, un león hambriento y detestable, y sentía que la cabeza le estallaba. Mientras los reporteros recorrían el mundo en busca de testigos, el mejor de ellos encontraba el mundo en sus testigos.

 

 

En 1975 Kapuscinski conversó en África con una descendiente de europeos obsesionada por una trágica visión evolucionista: "muy pronto, los rubios sólo seremos el 2% de la humanidad". El cronista formaba parte de esa exigua minoría pero no vio en ello una desventaja ni un timbre de distinción. Aceptó ser un polaco entre africanos con el ávido deseo de aprendizaje de quien comprende que nada es más extraño que la realidad.

 

 

Durante décadas, Kapuscinski cubrió noticias sin practicar el "periodismo de autor". Trabajó de manera fragmentaria, enviando despachos sobre frentes de guerra y otras de zonas de conflicto. Sólo con el correr de los años sintió el impulso de reelaborar los sucesos para que perduraran en libros. Dos tiempos extremos definieron su estilo: la instantánea cobertura y la dilatada reescritura. Si John Reed, Egon Erwin Kisch y Martín Luis Guzmán asumieron el periodismo como literatura bajo presión, Kapuscinski necesitó de un largo proceso de decompresión de los hechos para transformarlos en material definitivo.

 

 

Podían pasar 30 años antes de que una anécdota enviada en el lenguaje casi anónimo del télex fuera reescrita en clave personal. En este tránsito la noticia pública se convertía en un momento privado. El autor no buscaba novelizar lo real, sino reorganizarlo con la intensidad de lo que mira y siente una persona distinta a cualquier otra.

 

 

¿Qué merece ser salvado? En el taller de la memoria, los datos nimios y la sabiduría común regresan como reveladores aforismos: "Cuando se mantiene inmóvil, el aire no tiene valor, pero basta que se mueva para que su precio se dispare". ¿Hay mejor definición de la precariedad de África? En el trópico de la escasez ningún negocio supera al viento.

 

 

Con estos recursos surgieron libros que reclaman condición de clásicos en los cambiantes territorios del periodismo, la literatura y la historia del siglo XX: El imperio, El Sha, Ébano, Un día más con vida, El emperador. La Unión Soviética, el último monarca persa, el continente africano, la guerra de Angola y el dictador de Etiopía adquirieron entre las páginas de Kapuscinski la indeleble singularidad del tatuaje.

 

 

En nuestro mundo antojadizo la reputación suele ser un malentendido. El tardío éxito de Kapuscinski se debe, en cierta forma, a una mixtificación. Preocupados por poner en circulación a un autor doblemente exótico (un polaco en sitios raros), sus editores ingleses lo anunciaron como un carismático rompedor de récords: había cubierto 27 hechos de guerra, escapado de un pelotón de fusilamiento en Burundi y de ser ametrallado en Nigeria, y aún se había dado tiempo para ser amigo del Che Guevara. Este currículum de Indiana Jones ilustrado se repitió una y otra vez. Cuando Jon Lee Anderson preparaba su biografía del Che, entrevistó a su colega. Le preguntó acerca de su trato con el guerrillero y descubrió que, al menos en ese punto, su biografía era inexacta. Fue necesario ficcionalizar al autor para hacer atractivas sus verdades. Paradojas del marketing y sus simulaciones.

 

 

Afecto a los títulos sobrios (de preferencia de una palabra), Kapuscinski vio cómo su libro Las botas (publicado por primera vez en español por la Universidad Veracruzana) era rebautizado en Inglaterra como La guerra del futbol.

 

 

Observador atento y algo escéptico del acontecer, tomó con sobriedad los equívocos de la fama y no dejó de criticar las veleidades de una época que lo convirtió en icono. En los últimos años se alejó de los reportajes y se concentró en la ética del periodista. En los cuatro tomos de su Lapidarium dejó apuntes que se leen como un sensato prontuario de advertencias, un manual de conducta para una profesión amenazada.

 

 

Amigo del periodista de Siempre! Luis Suárez, admirado por Susan Sontag, Salman Rushdie y Gabriel García Márquez, Kapuscinski fue llamado por John Le-Carré el "enviado especial de Dios".

 

 

De acuerdo con su diagnóstico, el máximo impedimento del periodista contemporáneo es el exceso de información irrelevante. En consecuencia, entendió su trayectoria como un ejercicio de pureza, no solo en un sentido moral sino técnico: la búsqueda de huesos en un bosque de apariencias. No es casual que sus reflexiones más personales llevaran el título de Lapidarium: palabras como una pulida colección de piedras.

 

 

La única exclusiva que se pierde un grande del periodismo es la de su muerte. En esta idea se basa Scoop (Primicia), la nueva película de Woody Allen que en México recibió un título aplicable a lo que sea (Amor y muerte). Ahí, un reportero regresa de la tumba en pos de su última exclusiva.

 

 

Es posible que esta historia no sea ajena al enviado especial de Dios. Hay muertos que deciden volver como fantasmas; otros lo hacen como jefes de redacción. Los cronistas ya escribimos con copia para Kapuscinski

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